
Cuando crecí un poquito también creció un poquito mi pasión por la danza y deseaba que las clases acabaran para salir corriendo por los pasillos y bailar.
Mi pequeña estatura y mi complexión delgadita me permitía destacar entre todas mis compañeras y hacer que en lugar de bailar pareciera que estaba flotando. Como, seguramente todas las niñas, mi profesora de clásico era francesa, francesa y estricta, no recuerdo su nombre pero hoy por hoy la recuerdo cada vez que me encorvo o no camino completamente derecha, con ella aprendí los pas de chat, la pirouette, retirés, temps levé, effacés....... y las puntas como no, y cuando todas y todos sufrían con ellas, yo era feliz, muy feliz.
Pero abandoné la danza, y sigo sin saber por qué, la bandoné para centrarme y volcarme mas en los estudios, puede que haya pasado ya demasiado tiempo como para estar arrepentida pero...... la danza y yo nos echamos mucho de menos. Abandoné las zapatillas de raso por las botas con tacos, pero aunque pueda no parecerlo ambos lados tienen mucho que ver. Tuve hace tiempo un novio al que le encantaban mis pies, siempre me decía mirándolos fijamente: me encantan tus pequeñitos pies de bailaria. Y es que de todo aquello me ha quedado, a parte de ese miedo paránoico por andar encorvada, el típico arco clásico en el empeine del pie que nos delata a los que hemos pasado por horas y horas de clásico. Aún sigo intentando las puntas cuando me aburro